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Lo que no sabes...

Entremeses cervantinos II

Entremeses cervantinos II

> Ya conté la ocasión anterior mi viaje a San Miguel de Allende, Guanajuato.
Esa primera parte estuvo salpicada de anécdotas de las interminables caminatas, la filosofía culinaria local (Quesadillas de queso, dixit Abel, el de los tacos) y las visiones y representaciones de lo que es arte, ocuparon parte de esa crónica . El desarrollo turístico y la llegada de Starbuck´s a San Miguel de Allende no quedó fuera de esa primera crónica de viaje.
En esta segunda parte me ocuparé de contarte las historias que viví (vivimos el Sr. Abcedario y yo) en Guanajuato Capital. La historia comienza una noche antes de viajar de San Miguel de Allende a Guanajuato, cuando el Sr. ABcedario y yo hicimos unas llamadas para confirmar la reservación de nuestro hospedaje.
Lamentablemente, en este mundo no eres nada si no tienes una tarjeta de crédito. Hicimos llamadas a dos lugares y en ambos solicitaban tarjeta de crédito para "asegurar" la reservación. Pienso que es una medida poco inteligente, más que precautoria. ¿Qué sucede si me asaltaron un par de horas antes de hacer mi llamada? ¿Tengo que cancelar mi viaje? O peor todavía, que sufra el asalto camino al hotel y cuando me pidan mi tarjeta no la pueda presentar. En fin. Afortunadamente en uno de esos lugares le dije al hombre que me contestó que estábamos en San Miguel de Allende, que era más que seguro que llegaríamos. El hombre se sintió confiado y ya no solicitó la tarjeta.
En el otro lugar nos encontramos con una situación cuasi burocrática. Un hombre, que contestó el teléfono seguramente porque iba pasando por ahí, se limitó a decir: "Hable mañana a partir de las 9 de la mañana, que es la hora en que llega la señorita Perenganita, encargada de las reservaciones".
Total, el siguiente día llegamos poco antes de las diez de la mañana a Guanajuato Capital.

***

Guanajuato es una entidad que tiene una vida muy activa. Su gente tiene un ritmo en las venas que no lo puede disimular. Una energía que los hace que estén en constante movimiento.
Al llegar al hotel nos recibieron muy sonrientes y atentos. Dimos nuestras referencias de la reservación y nos dijeron algo inconcebible, pero levemente entendible: en ese momento no tenían habitaciones, sino hasta la una de la tarde que vencían y salían varios huéspedes. Accedimos. Al cabo ya estábamos ahí, teníamos unas tres horas para rondar.
La mujer de la recepción hizo una muy buena labor de venta. Después de explicarnos lo de las habitaciones, nos ofreció un tour. Por la módica cantidad de 100 pesos nos llevarían a conocer las momias, las minas, las iglesias, los lugares más alejados del centro además de uno que otro rincón que ningún visitante ha conocido hasta el momento. El tour comenzaría a las 13 horas. Compramos nuestros pases. Al tiempo, encargamos nuestras maletas y fuimos a desayunar.
Regresamos como a las 12 del día. Nos ofrecieron revisar un par de habitaciones que ya se habían desocupado, aunque no estaban aseadas.
Ambas habitaciones daban al exterior. Opté por la que miraba hacia el Treatro Juárez y la iglesia de San Diego. Desde esa ventana entraba mucha luz por la mañana. Por eso me gustó. Además de por la mirada que se desplegaba desde ahí.
Apartamos la habitación. Después nos dijeron que ya podíamos pasar a tomar posesión de tan preciado territorio. Por fin. Dejamos nuestras maletas. Descansamos un poco. Tiempo que yo aproveché para imaginar que me dormía un par de horas y descansaba de lo mejor. Salimos justo a tiempo para tomar el tour.
Y aquí comenzó una gran aventura. Llena de impertinencias y chistes malos. Y lamentando por algunos detalles, los viajes en grupo.

***

El camión con forma de tren era espacioso.
Bien construido. Diseño sencillo, pero funcional.
Tenía techo transparente. Sillones cómodos y muchos espacios por donde entraba el aire del día.
El chofer y el guía, gentiles, hicieron un trabajo realmente maravilloso.
Las 12 o 14 personas que estamos a abordo miramos atentos al hombre cuarentón que habla recio frente a nosotros. Siento que somos como alumnos. O que formamos parte de una prueba científica donde nuestras vidas están en riesgo de no seguir las indicaciones. Nos indicaron algunos aspectos del viaje. Como si se tratara de un avión de prueba del Airbus siguiente generación, aclararon en tono amable: "Les informamos que no podrán cambiarse de lugar en todo el recorrido. Los asientos que utilicen serán los mismos. Ah, y el costo del pase no incluye le entrada a los museos". Al principio uno se pregunta: ¿porqué no me lo dijeron?. Pero las ganas de conocer son más grandes que la aclaración no hecha por la vendedora.
Los turistas a bordo: tres parejas jóvenes. Dos de ellas con bebés a bordo. La tercera oriunda del norte, podría pensar, andaba de luna de miel. O nomás viaje de aventura. O a lo mejor se conocieron en el camino. O realmente eran unos desconocidos. Un matrimonio más, treintones ambos. Con una niña que en cuanto comenzaba a llorar le ponían el biberón. Los acompañaba un par de mujeres de más edad. Tías solteronas. O depositarias del conocimiento materno.
Y agarramos camino.

***

Primer parada: Museo de las Momias.
Para ser fin de semana, había mucha gente sedienta de ver esos cuerpos torcidos, con muecas, descabellados.
Recuerdo que hace 20 años que fui a ese lugar, el museo se encontraba en un paraje terroso. Aquello y una pista clandestina de aterrizaje era lo mismo. Amplio y desolado. Ahora no. A los alrededores del museo se apiñan casas de una colonia popular. Lo que en aquel entonces era un estacionamiento amplio, donde podían maniobrar autobuses y coches sin problema, ahora es un diminuto espacio invadido por vendedores ambulantes y guías de turistas.
Compramos nuestros pases.
Y otra fila para entrar al museo.
Ya adentro, te sientan un una mini sala multimedia, donde te muestran un video costumbrista del tributo del mexicano a la muerte. Un video bien hecho, pero nada espectacular. Lleno de lugares comunes. De frases hechas. El video no dura más de dos minutos.
De ahí te pasan a otra sala, donde hay una gran impresión de un collage de fotos de las momias. Ahí, también, hace su aparición triunfal el guía del museo. Un hombre que bien podría ser funcionario público, mensajero o contador de una oficina de cobranza.
El tono con el que se dirige a nosotros es provocador. Nada amable. Nos chantajea y se hace el importante: "El museo no nos paga. Yo seré su guía. Si quieren que les de las explicaciones al final tendrán que darme una propina, porque yo vivo de esto. Sino quieren, pues hagan el recorrido por su lado", exigía, molesto, mientras se acomodaba una y otra vez sus lentes. Su bigote tupido y negro ocultaba los movimientos de sus labios.
Una viejita, en el mismo tono de reclamo le espetó: "Pues ya estamos aquí, ya qué".
Mientras escuchamos la exigencia de mal modo del guía, el Sr. ABcedario y yo nos volteamos a ver y decidimos mandar al señor por un tubo y tomar el recorrido por nuestra cuenta. Cuando nos dimos cuenta la pareja del norte que venía con nosotros también se molestó por la actitud del guía y agarró, también, su propio camino.
A lo lejos escuché que el guía decía: "En documentos antigüos, de hace 30 o 40 años, se han encontrado..." y ahí perdí la señal de su monólogo. Caray, yo estoy en el camino de "antigüedad", y luego, ¿qué sigue?, me quedé pensando.
El museo de las momias parece que tiene el mismo mal de las momias: cada vez se achica más. La ocasión que fui recuerdo que eran muchas más momias. Ahora, tres salas con un par de momias en vitrinas muy bien iluminadas y modernas, y tres pequeños cuartos con vitrinas de las viejitas exhiben otras tres momias.
Explicaron que las demás momias están en exhibiciones itinerantes en el país. Y que las demás (las sobrantes, pues) están ahí en Guanajuato.
Es evidente que el museo fue remodelado. Estratégicamente, con algo de chocante oculto, la salida del museo es hacia la tienda de recuerdos. Y la salida es, también, una muestra de la mala planeación: una diminuta puerta de salida, que con los curiosos que se detienen en la tienda hace lenta y complicada la salida de aquellos que no nos interesa comprar recuerdo alguno.
Regresamos al camión y ya estaban a bordo el turista con la niña que lloraba y le plantaban el biberón y las tías solteronas. Y pasaron los minutos. Aparentemente ya estábamos completos. Hasta que salió la pregunta, de algún lugar del camión: ¿Porqué nos le seguimos?. El guía, con ese tono amable respondió que era porque una pareja que se sumó al contingente de último minuto, seguía adentro del museo. Diez minutos. Quince minutos. Y apareció la pareja, tranquila, relajada. Esa pareja se daría a conocer en todo el tour por tardarse en todos los sitios y tener que esperarla.
Siguiente parada una bocamina.

***

El sol nos flagelaba con sus rayos. El calor se sentía hasta en la sombra. Un vaho caliente inundaba el ambiente. A pesar de las amplias ventanas y espacios abiertos del camión, el aire entraba pero parecía no ser suficiente para refrescar el ambiente.
Llegamos a la bocamina.
Unas instalaciones del tipo de ex hacienda, amplias, verdes, con arbustos y pastos bien cuidados fue un recibimiento espectacular. Pagamos nuestros pases.
De nueva cuenta otro guía.
Mucho más amable y simpático, el guía nos explicó un poco de la historia de la mina. Estoy por pensar que muchos guías aderezan con imprecisiones y exageraciones sus historias. Este hombre hablaba vívidamente de la experiencia de ser minero. De haber trabajado decenas de metros bajo tierra, sofocado por el aire encerrado del túnel. Con los músculos entumidos de cargar muchos kilogramos de piedra sobre sus espaldas. Pero eso hacía amena su explicación. Bajamos unos 50 metros a la bocamina. La experiencia fue breve, pero nos dio una idea de lo que realmente viven los mineros. Así lo explicó el guía: "Imagínense, nosotros bajamos unos 50 metros. Y por más buena condición física que tengan, por la densidad del aire, la respiración se hace difícil". Adentro de la mina estuvimos unos 15 minutos. Regresamos al exterior. Nos dio un recorrido por una bodega y exterior de la hacienda. Al final, de nueva cuenta, la petición de propina. La actitud de este guía fue totalmente diferente a la del señor del museo de las momias. El guía de la mina hizo bien su trabajo. Bromeó de buena gana con el grupo. Explicó tranquilamente detalles. Vamos, se ganó -y bien- su propina. El Sr. ABcedario y yo coincidimos y darle un buen dinerito.
Nos alcanzó el tiempo para recorrer las múltiples habitaciones de la hacienda. Muy bien cuidada. Limpia. Un aire fresco invita a quedarse más tiempo al interior de ella.
Pero el tiempo se nos acabó.
Siguiente parada: Templo de la Valenciana y...

***

A bordo, cada quien hacía sus propios recuentos del recorrido.
Las impresiones se quedaban en lo privado, compartidas con el acompañante.
Y en eso, la niña que cada vez que lloraba y le plantaban el biberón decidió revelarse. Comenzó a llorar a todo pulmón. Gritaba. Se agitaba en los brazos de su blando padre. Él hacía intentos por colocarle el biberón que estaba por convertirse en silenciador. La niña seguía instalada en sus berridos. Las mujeres solteronas, volteaban a ver a la niña y a su padre y le hacían muecas, le decían algo en voz muy baja, al estilo del "mudito". Le pasaban, de mano en mano, cobijas (¡con ese calor!), y la niña y el señor se enganchaban en una lucha.
La pareja norteña, quien había elegido los lugares inmediatamente delante de la niña, no disimulaba su molestia. El Sr. ABcedario y yo, tampoco.
Nos dirigíamos al templo de la Valenciana y a una exhibición, repetía una y otra vez el guía, para meter suspenso y morbo al tema, de "aparatos de torturación de la Inquisición". No reparaba en repetir su frase: "veremos aparatos de torturación de la Inquisición".
Llegamos al lugar.
Ya ahí al Sr. ABcedario y a mí nos pareció más interesante ir a conocer el templo de la Valenciana, que en ingresar a una exhibición con aires medio piratas y de bajo costo de unos aparatos de "torturación".
Nos acercamos a nuestro guía y le preguntamos el tiempo que dura el recorrido en los aparatos de la Inquisición. La referencia de 20 minutos fue tomada en serio y el Sr. ABcedario activó la alarma de su cel para que sonara en ese tiempo. Ya así, sin la preocupación de quedar mal o que nos esperen, nos enfilamos al Templo de la Valenciana, a unas tres cuadras arriba del museo de aparatos de tortura. Perdón, “torturación”.
La Valenciana es una iglesia espectacular. El enorme retablo en madera, cubierto de color oro, detallado en los rostros y expresiones de las imágenes santas son el deleite de alguien que guste de la fotografía.
Cada rincón abigarrado, cada cúpula de esquinas torcidas, cada columna alzada en grotescos rulos son dignos de capturarse en fotografía. El exterior, en piedra rojiza, realza con la intensa luz de la tarde. Sus bóvedas, sus vitrales, sus ventanales. Impecable el trabajo de restauración. Perfecto.
La alarma del tiempo de 20 minutos sonó. Nos asomamos por un balcón y vimos que el camión seguía vacío. Nos tomamos unos minutos más.
Terminamos nuestra excursión por la Valenciana, con tiempo de sobra, hasta que el cansancio nos venció y nos fuimos al camión. Mientras regresaban los demás viajeros, el Sr. ABcedario y yo compartíamos una pepsi que se calentó en pocos minutos.
Siguiente parada: El monumento/mirador de El Pípila.

***

Ya era tarde.
El tiempo promedio de recorrido el tour se extendió demasiado. Las tres horas que nos dijeron que duraba se estaban ampliando hacia una cuarta hora. Nadie a bordo había comido como Dios manda. Hacía hambre.
Con el panorama tan desolador, el buen humor de nuestro guía parecía inamovible.
Llegamos al mirador de El Pípila. Esa efigie de enormes proporciones que se alza en lo alto de un cerro que bordea la ciudad. Un escenario perfecto para hacer varias tomas aéreas. Los problemas de tránsito hicieron que el camión nos dejara en la plazuela de El Pípila, pero tuviera que moverse unas cuatro cuadras adelante para no estorbar el flujo de autos sobre la reducida carretera.
El mirador era un hervidero de turistas. Un nutrido grupo de visitantes de Hermosillo traían una tremenda fiesta que rayaba en lo incómodo y molesto. A esas horas yo ya quería llegar a mi cuarto. Acostarme. Quitarme los tenis. Y dormir. Pero ni modo. En aquella lejanía tomar esa decisión eran tan impropia, como aventarse del mirador sin paracaídas y en ayunas. La escala ahí ya fue de menor tiempo.
Lo que parecía no tener fin era el berrinche de la niña que cada vez que lloraba le plantaban el biberón. Sus gritos ya eran insoportables. Tal vez por el cansancio, pero sus acordes vocales eran como taladros en los oídos. Voltee a ver a la pareja de norteños, y el hombre hacía una ademán demasiado obvio de taparse los oídos con sus manos y un gesto de molestia. Hasta entonces el papá de la niña que cada vez que lloraba le plantaban el biberón, se dio cuenta de lo molesto que era el llanto de su hija. Hizo algunos esfuerzos para silenciarla, sin éxito.
Siguiente parada: Mercado Hidalgo

***

La llegada al Mercado Hidalgo fue el fin de un largo recorrido por la ciudad.
La explicación de nuestro ya en ese entonces súper héroe guía fue escueta. Contó del lugar algunas anécdotas que rayaron en la leyenda urbana. Y dio fin al recorrido. Pidió, cansado, sudoroso, su propina. Se la había ganado. Medio día hablando, intentando por romper el hielo de un grupo de desconocidos había tenido su mérito. Del mercado Hidalgo al lugar donde nos estábamos hospedando era un recorrido de unos 20 minutos caminando. Reto que, por supuesto, el Sr. ABcedario quiso retomar de nueva cuenta, tal vez para no olvidar nuestra experiencia de caminata por San Miguel de Allende, que la recorrimos de extremo a extremo a puro patín.
Caminamos cansados, pero con buen ánimo. Bueno, la verdad yo ya contaba los pasos para llegar a mi cuarto. El Sr. ABcedario tomaba nota mental de los sitios importantes, trascendentes, históricamente llamativos o simplemente que le parecían bonitos para recorrerlos en el siguiente día.
No perdimos tiempo -y menos energía- para llegar a nuestro hotel. Entonces queríamos descansar y comer.

***

Ya de noche salimos a buscar alimento.
También, la noche sirvió para darnos cuenta que debajo de nuestra ventana se ponen estudiantinas que organizan callejoneadas. Eso incluye que escuchemos sus canciones románticas, risas y chistes por un buen rato. Nuestro hotel está ubicado cerca del Jardín Unión. Rodeado de restaurantes, cafeterías, bares y lugares de fiesta interminable.
Rondamos las calles cercanas al hotel, y caímos en un restaurante bar bastante deslucido.
Las mesas en la banqueta, con sombrillas, velas encendidas y un barullo nocturno que relajaba, fue el escenario en el que cenamos.
Desde que llegamos una mesera muy atenta nos recomendó las enchiladas mineras. Había escuchado un par de veces del platillo, "tradicional de Guanajuato" como apuntó la mesera, así que quise recordar la experiencia de probarlas.
Mientras, el Sr. ABcedario paseaba sus ojos por la carta. Titubeaba. Dudaba. Una ensalada de atún fue su elección.
Pero esa noche las papilas gustativas del Sr. ABcedario no querían trabajar.
El atún demasiado húmedo y con mucha crema o mayonesa no fue del agrado del Sr. ABcedario. Regresó el platillo, y gentilmente la mesera ofreció una pasta a la crema.
De nueva cuenta, cierta huelga interna, hizo que el Sr. ABcedario dejara su pasta a la crema. Un saborcito entre a hiervas de olor y -posiblemente- principios de estar echándose a perder, fueron motivo suficiente para que no comiera más de la tercera parte del platillo. La mesera, sin perder su sonrisa, atinó el mensaje del Sr. ABcedario: "¿No le gustó, verdad?". A lo que él respondió con una negativa.
El tiempo que pasó entre las dos devoluciones culinarias del Sr. ABcedario, yo lo invertí en comer y terminarme mis enchiladas mineras.
Deliciosas. Era un platillo muy abundante y generoso. Enchiladas adobadas -muy parecidas a las potosinas-, rellenas de pollo, sobre ellas una ración fuera de lo común de verduras cocidas y queso. Al lado, a manera de guarnición, una pierna y muslo de pollo. Un plato enorme, bien elaborado. Las verduras y el queso de muy buen sabor. El pollo, cocido, lo deglutí con trabajos. Mi estómago se había llenado con las verduras, el queso y una jarra de unos dos litros -sin exagerar- de agua de piña 100% natural que ordené. Un banquete inolvidable, que repetiría gustoso.
"Las enchiladas mineras estuvieron perronas", escribí en mi Twitter esa noche.

***

Al siguiente día seguimos andando con mapa en mano. La misión del Sr. ABcedario se estaba cumpliendo: conocer todos los puntos marcados como importantes, interesantes, estratégicos, urbanísticos o artísticos en el mapa de la ciudad. Bien dicen que se conoce mejor un sitio turístico andándolo a pié, y en este caso aplicó al 100 esa frase.
Desafortunadamente uno de los recorridos a pié lo hicimos en lunes, así que nos tocó que estuvieran cerrados varios museos que realmente hubiera sido un deleite conocerlos, como el de la Casa Museo de Diego Rivera o el Museo Iconográfico del Quijote.
Y que llegó la hora de cenar. Debido a las largas caminatas optábamos por comer algo a la una o dos de la tarde, y seguirnos hasta entrada la noche. En algún lugar, habíamos visto un restaurante de nombre "El Abue", que se ostentaba como un restaurante recomendado por el New York Times. Y bueno, qué mejor que ir a comer al lugar y saber realmente qué tan recomendable es.
"El Abue" es un restaurante pequeño. Oscuro. Con una decoración que lo mismo hay ángeles de madera estilo barroco mexicano, que grandes espejos con series de foquitos navideños. El menú interesante. Nada del otro mundo, pero los nombres de los platillos invitan a pecar. Mi mirada se detuvo en el renglón que decía: "Tacos de cochinita pibil". No lo dudé y dejé de buscar otra opción.
El Sr. ABcedario también paseaba entre sopas, ensaladas o platillos fuertes. Su mirada clavada en el menú. Seguí mirando mi menú, nomás para ver qué más ofrecía. Comencé a bajar mi mirada, y al pié de página del menú una leyenda que nunca antes la había leído. Era contundente: "No se podrán cambiar ni regresar platillos, debido a que usted los escogió". Inevitable recordar la huelga de las papilas gustativas de la noche anterior del Sr. ABcedario. Leí en voz alta la leyenda. Amenazante. El Sr. ABcedario me soltó una mirada implorando que fuera una broma mía. "Aquí dice, hasta abajo del menú", me defendí. Si el Sr. ABcedario tenía planeado otro boicot gastronómico, sus intenciones habían sido apagadas. Eligió una sopa de tortilla y una ensalada.
La comida de buen sabor. Raciones normales, nada desbordantes. Los tacos de cochinita pibil tenían un sabor suave. El picante era ligero. Agradable. Compartimos la sopa de tortilla. ¡Vaya, la sopa de tortilla más deliciosa que he probado en muchos años! Tortillas bien doradas, no grasosas. El queso y la crema, frescos y de un sabor fino. El caldillo de la sopa no era de tomate, sino de chile chilpotle, lo que le daba un sabor más explosivo y adictivo. No dejé de cucharear ese caldillo.
Salimos de ahí satisfechos. Yo saboreando la sopa de tortilla. El Sr. ABcedario lamentando, tal vez, sus intenciones frustradas de regresar un platillo.

***

Los demás días de nuestra estancia en Guanajuato Capital fueron de caminar en interminables y serpenteantes calles. Guanajuato es un deleite para quienes nos gusta la fotografía. Cada esquina, cada cornisa, cada balcón, cada plazuela es una diana perfecta para hacer varias tomas. A pesar del inevitable desarrollo urbano -cables, letreros y postes que obstruyen una buena toma- en general la ciudad se encuentra en perfectas condiciones. No es una ciudad perfecta, claro. En aquellos días, la entidad sufrió ataques de la delincuencia: balaceras contra policías. Eso no impide ni desanima a los guanajuatenses para disfrutar de esa música, ese ritmo, esa bohemia que tienen en su sangre y que no dudan en compartir.

5 comentarios

claudia -

me encanta Guanajuato y con tus recorridos me hiciste recordar los recorridos que realice ya no se cuanto tiempo atras.Recordar es vivir,garcias

Citizen -

Ale: Gracias Ale. De hecho le puse ese título porque precisamente lo escribí como en pequeñas escenas. No te desaparezcas, va?

Crudo: No sea envidioso, sino se le puede secar lo más hondo de... de... de su alma jaja. Qué gusto en tenerlo de visita.

Demry: Agradezco tu comentario. Y me da gusto leerte por acá. Paso a picar en tu blog, a ver qué hay de nuevo.

-- Un abrazo para todos mis amigos bloggers ---

Demry -

Wow! Me encantan tus viajes! Aprendo tanto como si caminara por esas calles!!

Te dejo un besote apresurado,
D

CRUDO -

en la madree, como te paseas, que bien, me corroe la envidia, los museos, los restaurantes, la genteeee, ya me enfado mi ranchooo, llevamee contigoooooo

Ale -

Me encantó el título de esta entrada. Amo los entremeses de Cervantes y al parecer tu viaje estuvo increible! Saludos :D