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Cuentos

Cuentos

Desde recientes fechas me ha dado por leer cuentos.
Primero, en mi reciente visita a Chihuahua, me encontré un libro escrito por un autor originario de Cuauhtémoc.
El libro llamado "Cuentos para una tarde de ocio" (Doble Hélice Ediciones, 2003) de Raúl Manríquez, contiene como ya imaginarás cuentos breves para leerse, preferiblemente, en una tarde de ocio.
Como por aquellos días hubo mucho tiempo de sobra, pues me dediqué a leer los cuentos.
Si bien no voy ni a la mitad del documento, de los que he leído hasta ahora, hay un cuento que llamó la atención.
Curiosamente se llama "A propósito de amigos". Y digo curiosamente porque yo tengo un concepto muy férreo de la amistad.
La valoro.
La disfruto.
La gozo.
Porque los amigos son como los árboles: siempre están allí, listos para darnos sombra.
De algo así trata el cuento que te comento.
Pero como no te quiero dejar con la duda, reproduciré en dos partes el relato.
A continuación "A propósito de amigos" (1a parte)

Conocí a Saúl Alvídrez en no sé que fiesta de mexicanos en París. Él estudiaba economía en Londres y yo ciencias biológicas en Madrid. Ese verano coincidimos en la Ciudad Luz y una amiga común nos dio por separado la pista para colarnos en aquella reunión.
Además de ese par de coincidencias teníamos en común el hecho de que atravesábamos días sentimentalmente penosos.
     Salimos ya de madrugada de aquel departamento de tercer piso en Saint Germain, cada uno con un par de botellas de vino tinto que conseguimos birlar al dueño de la fiesta, ya demasiado briago para prestar atención en quienes se iban. Caminamos por la orilla del Sena bebiendo y platicando como si nos hubiéramos conocido toda la vida. Una luna enorme se asomaba a ratos entre los cirros que rayaban el cielo.
     No es fácil describir a Saúl. Para empezar, es difícil calcular su edad; además, no es alto ni bajito, ni flaco ni gordo, ni feo ni guapo. Digamos que es el perfecto hombre promedio. Seguramente los rasgos más memorables son sus ojos verdes y un poco saltones y una mirada, esa sí, de fuerza excepcional.
     Aquella madrugada platicamos de Cervantes, de Shakespeare y Balzac, de la debacle del socialismo y, por supuesto, de mujeres y amores infortunados. También me dijo que practicaba el yoga y que andaba metido en algún asunto de metafísica, detalle que en ese momento pasé por alto.
     Al alba, me acompañó a la estación de tren pues esa misma mañana tenía yo que regresar a Madrid. Dando los últimos sorbos a nuestras botellas, nos despedimos con sentimentalismo de borrachos y prometimos mantenernos en contacto.
     No lo volví a ver sino diez años después, a principios de 1999, y en un lugar inusitado: en ese tiempo se me había ocurrido, en un descabellado afán redentor, señalar las corruptelas de la secretaría en la que trabajaba; como suele ocurrir, los supuestos compañeros de lucha me habían dejado solo y, en un castigo disfrazado, los jefes me enviaron dizque de investigador a una estación meteorológica en la zona más fría y aislada de la sierra Madre. Aunque el paisaje de pinos y montañas era confortable, luego de unas semanas de soledad la depresión me embargó; me angustiaba saber que había cortado de tajo mi hasta entonces ascendente carrera burocrática. Cuando me sentía más desesperado, apareció Saúl. Ese día había bajado yo a comprar provisiones al pueblo que distaba unos quince kilómetros de la estación; lo vi de un lado a otro de la calle y en principio me pareció imposible que se tratara de él. ¿Qué podía estar haciendo ahí? Me sonrió con naturalidad como si nos hubiéramos visto la semana anterior. Me dijo que vivía en la capital y, como si prefiriera evitarlo, vagamente me explicó las razones que lo habían llevado a ese recóndito poblado. Celebré encontrarlo y esa tarde fuimos de pesca al presón de Golondrinas. A la luz de la luna freímos truchas mientras tomábamos cerveza. Con unas cuantas frases  me convenció de que había hecho bien en mantenerme fiel a mis convicciones. "A nadie le debes más lealtad que a ti mismo", me dijo, "y ese puesto que ahora lamentas es en realidad una mierda". Al día siguiente, con toda tranquilidad envié mi renuncia y una agresiva carta al corrupto y obeso jefe que tenía, con copia a los periódicos de la capital. Solo uno la publicó, pero eso fue suficiente para crear un escándalo en el seno de aquella lamentable secretaría. Por mi cuenta me quedé todavía un par de semanas en la sierra, ahora sí a disfrutar de la quietud y del paisaje.
     Saúl apareció tres años después, cuando la muerte de Nubia. Debo decir que Nubia fue la mujer a la que más amé, pero tuve que hacerlo secretamente, pues una relación como la nuestra era inaceptable. Nos quisimos así, como éramos entonces, y nos dimos todo lo que se podía dar en nuestras circunstancias. Cuando supe que murió en un ridículo accidente doméstico fui a la funeraria como si lo hiciera por casualidad, fingiendo que apenas si me resultaba conocida. A media noche vagué desolado por las calles; la vida me parecía imposible sin sus caderas y su sonrisa. Sufría por todo lo que no pude darle, por lo que tuvimos que negarnos en esa relación callada. Lloraba en una esquina cercana a la funeraria cuando Saúl apareció y me dio un abrazo. Me aferré a él; en ese momento era yo un frágil pajarito incapaz de mantenerse en pie. Nada me preguntó, me dejó que llorara un largo rato. Me habló entonces de la reencarnación, de la ruta que siguen los seres en el universo y de los posibles reencuentros , pero no estaba yo para entender cosas tan abstractas con el cuerpo de Nubia tendido ahí, a la vuelta de la esquina, como un argumento irrefutable de la finitud. Saúl me dio una palmada y se marchó. En ese momento no me pregunté cómo había dado conmigo ni cómo se había enterado de mi secreto.

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Hasta aquí la primer parte...mañana seguimos con la segunda...Interesante cómo los amigos aparecen.
Siempre he creído que perciben los momentos en que uno necesita su compañía.
¿Te han sucedido coincidencias como las del protagonista de la historia?

6 comentarios

Eloy -

Me gusto el cuento, pero yo cuando escribo siempre termino el cuento. Los mios son más sencillos para el mundo infantil, gracias.

Lizbeth -

Muy interesante su cuento. Espero que pronto podamos saber el desenlace. Tiene este Saúl Alvídrez alguna relación con Saúl A. Alvidrez Aragón? Me gustaría saberlo, Gracias.

Mariana -

¡Holaaaa! Toy de regreso aunque de paso entre el regreso y el regreso.

Los cuentos tienen cierta magia, una magia diferente al de la novela, algo que te atrapa y te deja con un sabor delicioso en la boca.

Uno de mis cuentistas favoritos... nuestro Benedetti. ¿Otro? El siempre mágico Michael Ende.

Nomás que regrese de Guanajuato, vengo a leer en cuento completiiito.

¡Besos alegres!

Te he extrañado.

Mariana.

kukilin -

Bonísimo cuento. ¿Pero como sigue?...
Besotes.

angie -

resultaste bueno para el marketing mi´jo, nos dejas con ganas de más!!

besos!

celiux -

grrrr!!!! ya me dejaste picada......y ¿cuándo publicarás la segunda parte?