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"A propósito de amigos" (Última parte)

"A propósito de amigos" (Última parte)

Ayer te compartí la primer parte del cuento "A propósito de amigos" del escritor chihuahuense Raúl Manríquez.
En esa primera parte nos enteramos cómo es que el protagonista conoce a Saúl y la forma en que se teje esa amistad, que en ocasiones se torna intrigante. Saúl tiene la peculiaridad de que se presenta en la vida de nuestro narrador en momentos clave, lo cual hace que surgan dudas e inquietudes sobre el origen del nuevo amigo.
La segunda parte que en esta entrega publico, nos damos cuenta que la amistad entre Saúl y nuestro amigo se consolida y se hace más fuerte, trascendiendo de manera inexplicable para ambos.
A continuación la segunda y última parte de "A propósito de amigos"

En ese momento no me pregunté cómo había dado conmigo ni cómo se había enterado de mi secreto.
     La siguiente vez que lo vi, Saúl se debatía entre la vida y la muerte. Por la prensa me enteré de que había tenido un accidente en carretera y fui a visitarlo a un hospital. Lo encontré inconsciente y conectado a varios aparatos. Tomé su mano unos instantes y sentí la energía que vibraba bajo su piel. Salí de ahí impresionado por la fuerza de aquel hombre situado a la orilla de la vida. Semanas después me llamó: "Supe que estabas ahí. No te preocupes, no era el momento todavía, pero de algún modo es como si pudiera reiniciar esta misma vida y corregir algunas cosas", me dijo. Atribuí su tono melodramático al duro trance que acababa de pasar. No era cosa de ponerme a discutir con él en ese momento y decirle que para mí la idea de la reencarnación era demasiado inconsistente: si tuve otras vidas y no puedo recordarlas es como si no las hubiera tenido; cada vida en realidad soy otro.
     Años después, cuando me divorcié, andaba yo desorientado como un adolescente, sujeto a los avatares de la embriaguez. Reñido con la vida, rondaba en mi cabeza la idea de envenenarme. Uno de esos días Saúl llegó a mi oficina, como siempre, inopinadamente. Cuando vio mi lamentable estado me mostró un puñal, demasiado hermoso y brillante para parecer real; sin embargo, sentí su filo entre mis cejas mientras Saúl me decía: "Concéntrate, vamos a sacar de ti esos demonios que te agobian". Yo estaba demasiado bebido y no hice mucho caso de su ritual, pero puedo recordar que se sumergió en una especie de éxtasis recitando frases incomprensibles para mí.
     Enhebré entonces las circunstancias anteriores y le dije: "¿Por qué siempre que estoy en aprietos apareces tú? ¿Quién eres en realidad?". Las preguntas no le parecieron extrañas y me contestó con seriedad: "Yo tampoco puedo saberlo; solo sé que nuestra amistad no es de esta vida, viene de otras anteriores". Siempre fui descreído de las cosas del espíritu, así que su respuesta no me impresionó, pero me gustó escuchar aquello pues llevaba yo un vacío, una perenne insatisfacción que ya era signo de mis días, y aquellas ideas de Saúl, descabelladas según los criterios de la ciencia a la que yo me dedicaba, me parecieron esa vez como una lucecita, una vaporosa señal para emerger del horrible marasmo de mi vida.
     La tarde en que morí, Saúl apareció otra vez. Lo alcancé a ver con claridad al otro lado de la ferrovía: un instante antes de que el tren me partiera en dos, me encontré con sus ojos excepcionalmente brillantes y la tranquilidad de su sonrisa. Pudo haberme salvado, pero seguramente no lo hizo por alguna razón inaccesible a mi entendimiento.
     No lo he vuelto a ver desde entonces, pero quizá de pronto aparezca en este bosque al que ahora pertenezco, y enraíce cerca de mí para poder, ahora sí con los años por delante, conversar.
     El lector puede creer o no esta historia, eso en nada va a cambiar las cosas. Puede también creer que imagino todo esto solo para no volverme loco en un mundo demasiado confuso. Lo cierto es que a mí me gusta esta vida vegetal sin más complicación que conjugar el aire, el agua, los minerales del suelo y la luz del sol para sobrevivir; y como distracción mirar las nubes y el horizonte alargado hasta el infinito. Todo esto mientras llega Saúl, que no podrá dejarme solo ahora que comienza la sequía.

Fin 

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Pues ya se nos acabó la historia.
Desde que concluí la lectura de "A propósito de amigos", me imaginé reencarnando en un árbol. Idea bastante grata.
Reencarnar en un árbol.
¿En qué árbol te gustaría reencarnar?

Cuentos

Cuentos

Desde recientes fechas me ha dado por leer cuentos.
Primero, en mi reciente visita a Chihuahua, me encontré un libro escrito por un autor originario de Cuauhtémoc.
El libro llamado "Cuentos para una tarde de ocio" (Doble Hélice Ediciones, 2003) de Raúl Manríquez, contiene como ya imaginarás cuentos breves para leerse, preferiblemente, en una tarde de ocio.
Como por aquellos días hubo mucho tiempo de sobra, pues me dediqué a leer los cuentos.
Si bien no voy ni a la mitad del documento, de los que he leído hasta ahora, hay un cuento que llamó la atención.
Curiosamente se llama "A propósito de amigos". Y digo curiosamente porque yo tengo un concepto muy férreo de la amistad.
La valoro.
La disfruto.
La gozo.
Porque los amigos son como los árboles: siempre están allí, listos para darnos sombra.
De algo así trata el cuento que te comento.
Pero como no te quiero dejar con la duda, reproduciré en dos partes el relato.
A continuación "A propósito de amigos" (1a parte)

Conocí a Saúl Alvídrez en no sé que fiesta de mexicanos en París. Él estudiaba economía en Londres y yo ciencias biológicas en Madrid. Ese verano coincidimos en la Ciudad Luz y una amiga común nos dio por separado la pista para colarnos en aquella reunión.
Además de ese par de coincidencias teníamos en común el hecho de que atravesábamos días sentimentalmente penosos.
     Salimos ya de madrugada de aquel departamento de tercer piso en Saint Germain, cada uno con un par de botellas de vino tinto que conseguimos birlar al dueño de la fiesta, ya demasiado briago para prestar atención en quienes se iban. Caminamos por la orilla del Sena bebiendo y platicando como si nos hubiéramos conocido toda la vida. Una luna enorme se asomaba a ratos entre los cirros que rayaban el cielo.
     No es fácil describir a Saúl. Para empezar, es difícil calcular su edad; además, no es alto ni bajito, ni flaco ni gordo, ni feo ni guapo. Digamos que es el perfecto hombre promedio. Seguramente los rasgos más memorables son sus ojos verdes y un poco saltones y una mirada, esa sí, de fuerza excepcional.
     Aquella madrugada platicamos de Cervantes, de Shakespeare y Balzac, de la debacle del socialismo y, por supuesto, de mujeres y amores infortunados. También me dijo que practicaba el yoga y que andaba metido en algún asunto de metafísica, detalle que en ese momento pasé por alto.
     Al alba, me acompañó a la estación de tren pues esa misma mañana tenía yo que regresar a Madrid. Dando los últimos sorbos a nuestras botellas, nos despedimos con sentimentalismo de borrachos y prometimos mantenernos en contacto.
     No lo volví a ver sino diez años después, a principios de 1999, y en un lugar inusitado: en ese tiempo se me había ocurrido, en un descabellado afán redentor, señalar las corruptelas de la secretaría en la que trabajaba; como suele ocurrir, los supuestos compañeros de lucha me habían dejado solo y, en un castigo disfrazado, los jefes me enviaron dizque de investigador a una estación meteorológica en la zona más fría y aislada de la sierra Madre. Aunque el paisaje de pinos y montañas era confortable, luego de unas semanas de soledad la depresión me embargó; me angustiaba saber que había cortado de tajo mi hasta entonces ascendente carrera burocrática. Cuando me sentía más desesperado, apareció Saúl. Ese día había bajado yo a comprar provisiones al pueblo que distaba unos quince kilómetros de la estación; lo vi de un lado a otro de la calle y en principio me pareció imposible que se tratara de él. ¿Qué podía estar haciendo ahí? Me sonrió con naturalidad como si nos hubiéramos visto la semana anterior. Me dijo que vivía en la capital y, como si prefiriera evitarlo, vagamente me explicó las razones que lo habían llevado a ese recóndito poblado. Celebré encontrarlo y esa tarde fuimos de pesca al presón de Golondrinas. A la luz de la luna freímos truchas mientras tomábamos cerveza. Con unas cuantas frases  me convenció de que había hecho bien en mantenerme fiel a mis convicciones. "A nadie le debes más lealtad que a ti mismo", me dijo, "y ese puesto que ahora lamentas es en realidad una mierda". Al día siguiente, con toda tranquilidad envié mi renuncia y una agresiva carta al corrupto y obeso jefe que tenía, con copia a los periódicos de la capital. Solo uno la publicó, pero eso fue suficiente para crear un escándalo en el seno de aquella lamentable secretaría. Por mi cuenta me quedé todavía un par de semanas en la sierra, ahora sí a disfrutar de la quietud y del paisaje.
     Saúl apareció tres años después, cuando la muerte de Nubia. Debo decir que Nubia fue la mujer a la que más amé, pero tuve que hacerlo secretamente, pues una relación como la nuestra era inaceptable. Nos quisimos así, como éramos entonces, y nos dimos todo lo que se podía dar en nuestras circunstancias. Cuando supe que murió en un ridículo accidente doméstico fui a la funeraria como si lo hiciera por casualidad, fingiendo que apenas si me resultaba conocida. A media noche vagué desolado por las calles; la vida me parecía imposible sin sus caderas y su sonrisa. Sufría por todo lo que no pude darle, por lo que tuvimos que negarnos en esa relación callada. Lloraba en una esquina cercana a la funeraria cuando Saúl apareció y me dio un abrazo. Me aferré a él; en ese momento era yo un frágil pajarito incapaz de mantenerse en pie. Nada me preguntó, me dejó que llorara un largo rato. Me habló entonces de la reencarnación, de la ruta que siguen los seres en el universo y de los posibles reencuentros , pero no estaba yo para entender cosas tan abstractas con el cuerpo de Nubia tendido ahí, a la vuelta de la esquina, como un argumento irrefutable de la finitud. Saúl me dio una palmada y se marchó. En ese momento no me pregunté cómo había dado conmigo ni cómo se había enterado de mi secreto.

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Hasta aquí la primer parte...mañana seguimos con la segunda...Interesante cómo los amigos aparecen.
Siempre he creído que perciben los momentos en que uno necesita su compañía.
¿Te han sucedido coincidencias como las del protagonista de la historia?