No es lo mismo "café frío" que "café con hielo"
> La atención al cliente es una materia caprichosa.
De esas que cada quien jala según le convenga. Unos dicen que la atención al cliente es dar siempre la razón. Algunos más, se apuntan y dicen que a un cliente no se le puede decir un "no" como respuesta.
Y otros más toman esa frase como les venga en sus calzones.
Hace varios años, acudí con unos amigos a la cafetería del Foro Shakespeare. Es un pequeño teatro, donde todos van a sentirse cultos viendo obras de bajo presupuesto, y saliendo con una ceja levantada viendo el mundo a cinco centímetros del suelo.
Los dueños, un conocido grupillo de artistas, seguramente pensaron que agregarle un pequeño café snack sería, si bien no muy nice, sí un buen negocio. Al frente del changarro, en aquella ocasión, un joven medianamente atento, y que no reparaba en intentar dejar a todos con una grata atención.
Aquella noche de domingo, con una mesa más ocupada, estábamos "A", el Sr. Kastor y yo, muy serios dando la vuelta por la Colonia Roma, Condesa y aledañas. Después de deambular -muy a nuestro estilo- surgió la idea de ir al café snack del mentado forito.
LLegamos, y los aires improvisados del local se lograban ignorar con la comodidad de los asientos.
El menú era pobre y limitado. No tuve otra opción que pedir una bebida que no requería de más insumos de los que, seguramente, ya tenían. Pero la atención al cliente llegó al límite para el chico que atendía la cafetería. |
Al ver el limitado y pobre menú, no tuve otra opción que pedir algo que si bien no estaba alejado de las bebidas, tampoco era como para hacerla tanto de Pancho.
"A" pidió su bebida, el Sr. Kastor la suya... y yo quedé la final, y no tuve empacho en preguntar, con la ingenuidad propia de quien por primera vez visita un pequeño local, si tenían capuchino frío, o algo así.
El tendero, que lo mismo era mesero, que barista, que cajero, que snackero, me dijo que no tenían. Seguramente en aquella ocasión me dió alguna excusa, misma que ya ahora no la recuerdo. Pero no dudo ni tantito de que haya sido algo así como "no tenemos la máquina para hacer capuchino", o más patético todavía exponer una lista de "es ques...", característica de los pequeños emprendedores y novatos en la materia.
Al final de su explicación -supongo que llena de lugares comunes- me ofreció otra bebida. Seguramente le dijeron sus jefes, conocedores del negocio de las artes teatrales pero no tienen ni ridícula idea de llevar una cafetería, que no podía decir un "no" al cliente, y que siempre tenía que tener una actitud proactiva, este jovencito se aventuró y me dijo, tímido:
- Pero le puedo ofrecer un café frío...
Y vino un silencio.
Mientras masticaba su propuesta, vino a mi cabeza una imagen seductora de una copa con café frappé, algo de crema y chispas. Lo miré con ternura, y le respondí con una afirmación.
Mis acompañantes ya disfrutaban gustosos sus bebidas, y también vieron con buenos ojos la propuesta del tendero. Hablábamos de aquí y de allá. Siempre nuestras pláticas eran dispersas. Tal vez por lo dispersas de nuestras vidas: "A", un ingeniero trunco, pero que su ego se hinchaba cuando le llamaban "Ingeniero"; el Sr. Kastor, estudiante en ciernes de gastronomía, y siempre con una anécdota que nos hacía reír. Y yo, aventurero, funcionario público, y caminante incansable. Pero aún así, nuestra pláticas eran jocosas y alegres. En parte, porque "A" y el Sr. Kastor se la pasaban dándose batalla, jodiéndose y molestándose uno al otro. Siempre disfrutaron y rieron las bromas de uno y otro.
Repentinamente, llegó el joven que nos atendía y puso frente a mi, en el descansa brazos del sillón donde estaba sentado, un vaso de baja altura. Muy parecido a los que se usan en los cafés de chinos.
El vaso tenía un líquido café, algo traslúcido. Y varios cubos de hielo.
No. Aquello no era un "Ruso Negro". De hecho, estaba muy lejos de serlo.
Aquello bien pudo haber sido una Coca Cola servida hace rato, sin gas y con los cubos de hielo flotando suavemente en el líquido.
Acerqué mi naríz al borde del vaso... y efectivamente, aquello era café con cubos de hielo.
La mente de este chico no fue más allá y se limitó a hacer café, si mal no recuerdo soluble, y echarle un par de hielos. Listo. Ahí estaba, orondo, el "café frío", y el chico.
Astutamente, el chico dejó el vaso y se desapareció a su lugar, tras un refrigerador vitrina, escoltado por una caja registradora y un pequeño mueble con panfletos.
Los tres miramos el vaso y mis colegas dijeron, casi al mismo tiempo: "¿Qué es eso? ¿El café frío?".
Y claro, el momento fue motivo de burla y crítica.
La situación del "café con hielo" fue un motivo más que suficiente para nunca más pararnos en ese lugar.
La atención al cliente, con este chico y la cafetería snack, se fue por el caño y lo peor de todo con un tiro de gracia al absurdo.
Moraleja: No es lo mismo "café frío", que "café con hielo". Al menos en el café snack de Foro Shakespeare de la Ciudad de México.
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