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Esos (malditos) libros malditos

Esos (malditos) libros malditos

> Los libros han nutrido la inteligencia e imaginación del ser humano.
Ya sean científicos, académicos, de historia, novela o cuento, los libros nos han acompañado por miles de años. De hecho, en el 2004 se encontró en una cueva de China el que se ha considerado el libro impreso más antiguo del mundo y su humanidad: data del 868 d.C., mucho, muchísimo tiempo antes de la invención de la imprenta aproximadamente en 1450, por Johannes Gutenberg (Alemania, 1398-1468).
En ese camino histórico, el libro se ha topado con los miedos, fobias, y locura de los extremistas. Se han censurado, prohibido, quemado títulos que jamás volveremos a leer. Aunque no hay un dato preciso, se sabe que en la Inquisición Romana existía un listado de libros llamado "Índice de Libros Prohibidos" (Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum, en latín), cuya primera versión es de 1548. Para ver algo de historia el respecto visita "Luces y Sombras de la Iglesia" (página 7), libro publicado y disponible on line, del Padre Ángel Peña. El documento, amén de algunas autocomplacencias religiosas, proporciona una ligera mirada -no comprometida ni comprometedora, por supuesto- de la Inquisión y los libros.
Pero ya estamos en el Siglo XXI. Atrás quedaron las declaraciones del entonces Secretario del Trabajo Carlos Abascal, de lo inapropiado del libro Aura, de Carlos Fuentes, para los jóvenes. No hablaré de este siglo, me remontaré algunos años atrás. Cuando estudiaba preparatoria.
En aquellos años -mediados de la década del 90-, entre los últimos suspiros del salinismo, un incipiente movimiento guerrillero en Chiapas, los vaivenes de un país que suspiraba al Primer Mundo, pero que no se podía reponer de una pérdida de crediblidad en toda la sociedad, existieron un par de títulos que yo recuerdo que no eran muy bien vistos.
No eran del todo prohibidos, pero por estar fuera de la línea argumental de las historias rosas que se acostumbraba escribir levantaban las sospechas de los académicos, los maestros, los papás de los jóvenes, y la curiodad de éstos por leerlos. Realmente el mercado no estaba tan abierto. Por lo mismo la oferta de libros en general era algo limitada. Y si ahora nos quejamos de que las librerías venden 99% de inspiración, y un 1% misceláneo, en la mitad de la década de los 90 la cosa era peor. Existían autores con un gran ego y moral, que la compartían y deseaban llevar a todos por el camino del bien, como Carlos Cuauhtémoc Sánchez y sus 44 versiones de "Juventud en Éxtasis", que el simple título me pone en la frontera del paroxismo sexual, libre de tabaco, y algunos arranques revolucionarios.
Mi preparatoria era un mini centro de readaptación social. En esa escuela, que bien podría pasar por un balneario por los muros color azul, sin letrero que indicara que era una preparatoría, estábamos los jóvenes que ya por cuestiones estudiantiles, ya por un desinterés en el estudio, o simplemente para estar en un año sabático intelectual, no teníamos otra opción para estudiar. Bueno, sí había otra: el vecino CCH. Pero el CCH era peor que estudiar en un CNCI y que trabajar de barman en el Bar Bar. Vamos, eran años que levantar la bandera del patriotismo era lo mejor, decir que leías La Jornada era estar "bien informado", y leer Proceso era entrar en los terrenos de "lo que el gobierno no dice, y que no deja que nadie lo diga". Todos ellos, ahora, ya son meros mitos, y casi leyendas urbanas.
Yo opté por sacar del baúl algunos libros de Lester. Y me chuté a Elena Poniatowska, cuando se mercadeaba como intelectual, no que ahora ya se mercadea como lópezobradorista. Por azares llegaron un par de libros de Manú Dornbierer. Mujer periodista que se jactaba de haber recibido amenazas del sistema, y que una vez aceptó una invitación a comer de Carlos Slim, a un Sanborns, pero que aquella comida y la compañía le parecieron aburridas. Hace pocos años leí una columna de Dornbierer y me pareció demasiado amarga, quejumbrosa y criticona. ¡Cómo cambian las perspectivas!
Otros compañeros comenzaban a sacar "Un hilito de Sangre", de Eusebio Ruvalcaba. Para algunos, ese libro era un invitación a la vagancia, las drogas, a los burdeles de poca monta -con banquitos de tapiz rasgado y mujeres de medias brillosas-. En lo personal nunca me llamó la atención el libro. La portada, demasiado low cost, era un llamado a todo lo anterior... menos a leerlo.
El segundo libro que se convirtió en un libro "de culto" fue "La Insoportable Levedad del Ser", del escritor checo Milan Kundera. Mis amigas las existencialistas -que ahora equivale a ser emo- lo leían y se la pasaban con los ojos rojos, inyectados de tanto llorar por la historia. "La insoportable Levedad del Ser" las acercaba, decían, a la parte real del ser humano. "Te cambia la vida" era lo menos que decían esas mujeres que no superaban los 18 años. ¿Cambiar la vida a los 18 años? ¿No es algo pretencioso decir eso a los 18 años? Pero bueno, éramos jóvenes que estábamos buscando hacer menos real la existencia de un país que se convulsionaba, con fuertes retortijones, a una evolución.
¿Y ahora? Actualmente ya no hay "Libros Malditos". El mercado se ha abierto tanto que ya no es necesario asustarse por "Los Versos Satánicos", de Salman Rushdie. El Marqué de Sade es, a éstas alturas, un libro que hasta la Secretaría de Educación Pública de México contemplaría como material de apoyo.
Ya todo es diferente: las personas prohíben libros echando mano de sus creencias y temores. Ya no es necesaria una gran institución, como la Inquisición o la Iglesia, para prohibir títulos.
Se extrañan, a que no, esos malditos libros malditos.

 

Imagen: Portada de libro "Un Hilito de Sangre", de Eusebio Ruvalcaba, de la edición de los 90.

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