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Lo que no sabes...

Kindereando

Kindereando

> Ya en este mismo espacio te he contado episodios lúdico-infantiles de mi vida.
Como aquel donde en plena aventura de policías y ladrones -encarnando yo a un malévolo ladrón- no tuve empacho en despojar hasta del chicle al inocente y valiente policía, estelarizado por Lester.
O aquella otra aventura donde teniendo como cómplice la semioscuridad de un taller mecánico sustraje con frialdad un pequeño, mutilado y despreciado caballito de plástico.
Y claro, no olvidar mis prácticas preolímpicas, usando las escaleras de la casa para jugar -yo metido en una caja de cartón- lo que debería de llamarse Bobsleigh casero.
En fin, que por anécdotas, ya lo sabes, no ha quedado.
Pero hay una pequeña anécdota que no sé porqué no la he sacado.
Total. Ya acá dejé ver mis filias y fobias, así que porqué no abrir el baúl un poco más.
Era yo un pequeño Citizen. Cursaba el kinder. Y aunque a estas alturas no le encuentro la utilidad real al kinder, es un capítulo en la vida de casi todos que se debe de cumplir.
El pequeño Citizen tomó el kinder como una pre-escuela de relaciones públicas. Sí. Así es. Yo iba a divertirme y pasarla fenomenal. Hacía mis deberes con dedicación. Usaba loncheras de metal, donde llevaba mi sándwich y un pequeño termo con chocolate.
Mi kinder era uno realmente grande. No como esos de la actualidad, que con acondicionar un garaje o patio trasero ya es suficiente. Este sí que era un kinder. Una zona techada servía para un salón -muy pequeño eso sí-, otra área para jugar o reunir a los nenes, para los baños, las oficinas -que en aquel entonces eran dos oficinas- y una bodega que siempre me dio la impresión de que era más grande que el propio kinder.
De esa bodega, también, tengo el recuerdo muy fresco de la ocasión en que sacaron a una rata enorme. La rata, por fortuna muerta -seguramente de asfixia-, estaba en el fondo de una bolsa transparente que contenía mucha basura.
Ese kinder también cuenta -porque todavía existe- con un gran jardín, donde en aquel entonces había juegos. Ya sabes: columpios, estructuras metálicas para jugar como si fuéramos osos pandas y una pequeña alberca que siempre estaba vacía y con hojas secas. Tiempo después en la zona donde estaba la alberca construyeron un salón más. En la zona techada también había una alberca de hule espuma, que nadie se metía y me temo que era porque el hule espuma brillaba de mugre. Esos trozos de hule espuma eran una alegoría a la fodonguez. Podría pensar que en esa alberca y en esos trozos de hule espuma se estaba fraguando lo que ahora conocemos como AH1N1.
El terreno del kinder es amplio porque entre otras cosas le dan uso de salón de fiestas. Y lo mejor era que el kinder se encuentra contraesquina de mi casa. Así que iba y venía en menos de... de... de poco tiempo.

El mueblario era azul. También algunos detalles de la arquitectura. Era un lugar para que La Jornada o Proceso dijeran que era un centro de adoctrinamiento del Yunque o el PAN. Pero aquello era solamente un kinder. 


Recuerdo que el salón que se encontraba en la zona techada era utilizado para las clases de manualidades. Esas sesiones donde te ponen cualquier cantidad de líquidos viscosos, coloridos y de aroma narcotizante, pero que no puedes tocarlos con las manos. En este kinder las maestras eran cálidas, jóvenes y de buen trato. Una de las manualidades que más recuerdo fue una donde cada uno se pintó la palma de la mano en color azul, y luego la imprimimos en una hoja de papel revolución, cuando el papel revolución era realmente espantoso (y barato). Todavía recuerdo las cosquillas del pincel de cerdas duras y negras pasando sobre mi palma de la mano.
El mueblario de ese salón era en su mayoría azul. Las mesas pequeñas, las sillas, algunos detalles de la estructura estaban pintados de azul. ¡Qué bueno que los de La Jornada o Proceso no lo conocieron, sino hubieran dicho que era el kinder del PAN o del fantasioso Yunque!
Y ahí estábamos todos. Sentaditos, recibiendo algunas instrucciones para la manualidad del día (Adoctrinamiento, dirían en La Jornada).
De repente, el pequeño Citizen voltea y ve a su maestra agachada ayudando en la labor a otro niño, no tan inteligente como Citizencito.
Pasaron miles de ideas por la mente de Citizencito. Tal vez terminar la manualidad. Embarrarme manos y cara de la pintura azul y gritar, con el ceño fruncido, "Arriba el Yunque jijos de su...". O seguir sentado.
Opté por lo último: seguir sentado. Pero la escena de la maestra detrás de mí me genera inquietud. Sentía que debía de hacer algo, y no precisamente esperar sus instrucciones.
Así que después de unos minutos, evaluando la situación, midiendo las distancias, buscando la salida más próxima y esperando que un comando me rescatara ejecuté ese pensamiento que daba vueltas en la mente de Citizencito.
Sentado en mi silla (azul, recuerda), me giré un poco para tener en mi rango de visión a la maestra.
Quedaba algo lejos de mí, así que esperé pacientemente a que se acercara al siguiente niño para que la distancia se redujera.
Y todo pasó como lo estaba planeando en mi mente. Se acercó un poco más, y en eso levanté mi pequeña mano. Tomé vuelo... y en el salón rebotó el sonido.
"¡Clap!"
Los niños voltearon a verme como si el Padre Maciel se hubiera aparecido.
La maestra, con agilidad nunca antes vista, se enderezó.
El silencio llegó al salón y los demás niños abrieron, azorados, los ojos.
La maestra volteó a verme con una sonrisa en los labios y lo único que dijo fue: "Pero Citizen, ¿porqué lo hiciste?". Y el Citizencito, canalla desde pequeño, se limitó a decir (bien adoctrinado): "Porque se me ocurrió".
En ese momento no pasó nada. Tal vez la maestra se había sentido cómoda. A lo mejor ella esperaba que repitiera la acción. Lo cierto es que desde ese día la maestra fue más prudente.
Porque claro, no quería que el pequeño Citizen -o alguno de sus secuaces- le propinara otra sonora, bien acomodada y pudorosa nalgada en su turgente y firme trasero.
Y no hubo regaño. Ni gritos.
Al cabo de los años creo que por eso tengo tan gratos recuerdos de mi kinder: podía nalguear a la mestra sin que eso causara horas de terapia con el sicólogo. A lo mucho, lo que pasó fue que salió un blogger de manos hábiles.

 

Foto: Citizen de niño, seguramente fraguando otra travesura.

2 comentarios

lester -

Travieso??? Abusado, diría yo. jajajaja... Esa es buenísima!!! Y lo mejor fue el "aviso" que se le hizo a la madre. Nada del otro mundo. Sólo una narración de los hechos.

Gaviota -

jajajajjaaaa y le dejaste la mano pintada, literalmente? niño travieso!!!! besos